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Málaga |
![]() MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA XLV JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,
deseo compartir algunas reflexiones, motivadas por un fenómeno característico de nuestro tiempo:
la propagación de la comunicación a través de internet. Se extiende cada vez más la opinión de
que, así como la revolución industrial produjo un cambio profundo en la sociedad, por las
novedades introducidas en el ciclo productivo y en la vida de los trabajadores, la amplia
transformación en el campo de las comunicaciones dirige las grandes mutaciones culturales y
sociales de hoy. Las nuevas tecnologías no modifican sólo el modo de comunicar, sino la
comunicación en sí misma, por lo que se puede afirmar que nos encontramos ante una vasta
transformación cultural. Junto a ese modo de difundir información y conocimientos, nace un
nuevo modo de aprender y de pensar, así como nuevas oportunidades para establecer relaciones
y construir lazos de comunión.
Se presentan a nuestro alcance objetivos hasta ahora impensables, que
asombran por las posibilidades de los nuevos medios, y que a la vez exigen con creciente urgencia
una seria reflexión sobre el sentido de la comunicación en la era digital. Esto se ve más
claramente aún cuando nos confrontamos con las extraordinarias potencialidades de internet y la
complejidad de sus aplicaciones. Como todo fruto del ingenio humano, las nuevas tecnologías de
comunicación deben ponerse al servicio del bien integral de la persona y de la humanidad
entera. Si se usan con sabiduría, pueden contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad
y de unidad que sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano.
Transmitir información en el mundo digital significa cada vez más
introducirla en una red social, en la que el conocimiento se comparte en el ámbito de
intercambios personales. Se relativiza la distinción entre el productor y el consumidor de
información, y la comunicación ya no se reduce a un intercambio de datos, sino que se desea
compartir. Esta dinámica ha contribuido a una renovada valoración del acto de comunicar,
considerado sobre todo como diálogo, intercambio, solidaridad y creación de relaciones positivas.
Por otro lado, todo ello tropieza con algunos límites típicos de la comunicación digital: una
interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo interior, el
riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia.
De modo especial, los jóvenes están viviendo este cambio en la
comunicación con todas las aspiraciones, las contradicciones y la creatividad propias de quienes
se abren con entusiasmo y curiosidad a las nuevas experiencias de la vida. Cuanto más se
participa en el espacio público digital, creado por las llamadas redes sociales, se establecen
nuevas formas de relación interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo. Es
inevitable que ello haga plantearse no sólo la pregunta sobre la calidad del propio actuar, sino
también sobre la autenticidad del propio ser. La presencia en estos espacios virtuales puede
ser expresión de una búsqueda sincera de un encuentro personal con el otro, si se evitan ciertos
riesgos, como buscar refugio en una especie de mundo paralelo, o una excesiva exposición al
mundo virtual. El anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío de ser
auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio
“perfil” público.
Las nuevas tecnologías permiten a las personas encontrarse más allá de
las fronteras del espacio y de las propias culturas, inaugurando así un mundo nuevo de amistades
potenciales. Ésta es una gran oportunidad, pero supone también prestar una mayor atención y una
toma de conciencia sobre los posibles riesgos. ¿Quién es mi “prójimo” en este nuevo mundo?
¿Existe el peligro de estar menos presentes con quien encontramos en nuestra vida cotidiana
ordinaria? ¿Tenemos el peligro de caer en la dispersión, dado que nuestra atención está
fragmentada y absorta en un mundo “diferente” al que vivimos? ¿Dedicamos tiempo a reflexionar
críticamente sobre nuestras decisiones y a alimentar relaciones humanas que sean realmente
profundas y duraderas? Es importante recordar siempre que el contacto virtual no puede y no
debe sustituir el contacto humano directo, en todos los aspectos de nuestra vida.
También en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una
persona auténtica y reflexiva. Además, las redes sociales muestran que uno está siempre implicado
en aquello que comunica. Cuando se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí
mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales. Por eso, puede decirse que existe un
estilo cristiano de presencia también en el mundo digital, caracterizado por una comunicación
franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a través de los
nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas
de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital
y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes
con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se
puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo
anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas formas de expresión, el cristiano está
llamado de nuevo a responder a quien le pida razón de su esperanza (cf. 1 P 3,15). El compromiso de ser testigos del Evangelio en la era digital exige a todos el estar muy atentos con respecto a los aspectos de ese mensaje que puedan contrastar con algunas lógicas típicas de la red. Hemos de tomar conciencia sobre todo de que el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la “popularidad” o la cantidad de atención que provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar hacerla aceptable, quizá desvirtuándola. Debe transformarse en alimento cotidiano y no en atracción de un momento.
La verdad del Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute superficial, sino un don que pide una respuesta libre. Esa verdad, incluso cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de los hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por eso, siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la transmisión de la fe.
La verdad del Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute superficial, sino un don que pide una respuesta libre. Esa verdad, incluso cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de los hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por eso, siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la transmisión de la fe.
La Verdad, que es Cristo, es en definitiva la respuesta plena y auténtica a ese deseo humano de relación, de comunión y de sentido, que se manifiesta también en la participación masiva en las diversas redes sociales. Los creyentes, dando testimonio de sus más profundas convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para que la red no sea un instrumento que reduce las personas a categorías, que intenta manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos monopolizar las opiniones de los demás. Por el contrario, los creyentes animan a todos a mantener vivas las cuestiones eternas sobre el hombre, que atestiguan su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de vida auténticas, dignas de ser vividas. Esta tensión espiritual típicamente humana es precisamente la que fundamenta nuestra sed de verdad y de comunión, que nos empuja a comunicarnos con integridad y honradez.
Invito sobre todo a los jóvenes a hacer buen uso de su presencia en el espacio digital. Les reitero nuestra cita en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, cuya preparación debe mucho a las ventajas de las nuevas tecnologías. Para quienes trabajan en la comunicación, pido a Dios, por intercesión de su Patrón, san Francisco de Sales, la capacidad de ejercer su labor conscientemente y con escrupulosa profesionalidad, a la vez que imparto a todos la Bendición Apostólica. Vaticano, 24 de enero 2011, fiesta de san Francisco de Sales.
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